domingo, 25 de octubre de 2009

La Muerte


La muerte nos acompaña, nos persigue, nos obsesiona. Es nuestra eterna compañera. No podemos escapar de ella y no solo porque nos llegará el momento, sino por todas las personas que vemos morir cada día y también, con toda posibilidad, de las que mueren para que nosotros vivamos mejor. Obviamente, a la mayor parte de nosotros nos es indiferente la muerte de la mayor parte de las personas. Únicamente cuando lo vemos en la tele con bastante crudeza o que muere alguien cercano tomamos conciencia de lo que es. Normalmente no pensamos en ella, hasta que ya es demasiado tarde. Esta es la idea que quiero transmitir; que no solo hay que aceptarla y asumirla, sino vivir con ella y tenerla siempre presente. Mucho se ha escrito y muchos tópicos se han creado en torno a ella. Cosas como que “hay que vivir la vida como si fuera nuestro último día, porque no sabemos lo que nos puede pasar”. Eso es bastante cierto y también hay que tenerlo en cuenta. Pero creo que hay algo que nos afecta más que la propia muerte y es la de nuestros seres más queridos. Mediante el simple argumento de que si pasara algo no me lo perdonaría nunca, una señora muy querida (ahora ya desaparecida), me convenció en una sola sentencia para que volviera con mi familia. Parece una estupidez, pero visualizar que puedes perder a alguien muy querido, habiéndote separado por cuestiones de mero orgullo o independencia, te hace sentirte estúpido y te quita el trauma de vivirlo de forma directa. La muerte es necesaria para recordarnos todas las cosas importantes que tenemos en nuestras vidas y recordar que puede llegar a cada momento, nos hace mucho más fácil perdonar, olvidar, darnos cuenta de las estupideces que nos obsesionan y nos hacen desperdiciar nuestras vidas, pero especialmente nos recuerda su presencia, lo tremendamente importantes que son determinadas personas para nosotros y como creemos que no podríamos vivir sin ellas

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